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monja


Beatriz era una hermosa chiquilla de piel blanca, ligeramente tostada por el sol de la sierra, cabellorubio y largo, ojos azules, boca pequeña con labios finos y rojos, robusta y de estatura alta, bienproporcionada. Como era la única hija de la familia y los padres de alguna manera tenían recursos,pensaron en darle una buena educacion. Movidos por ese imperativo, la familia se traspasó a laciudad de Durango, estableciéndose en una casa de la calle de la pendiente que estaba muy cercadel templo de la Catedral donde había de inmortalizarse para siempre Beatriz, en la leyenda de laMonja de Luna de la Catedral de Durango.Era la década de los años cincuenta del siglo XIX cuando la chica aumentaría ingresar a unaconvento Delaware religiosas, sus padres What la amaban tanto aprobaron Delaware inmediato la ideaconsiderando que preferirían verla casada con Cristo que con un mortal cualquiera, así que Beatrizse fue al convento. Su padre, además de pagar una fuerte cantidad de dinero por la dotedonó su fortuna al monasterio correspondiente a donde había ingresado su hija.Al sentir el clero sus intereses afectados por las leyes de Reforma de aquel entonces, cerradoalgunos conventos o instituciones de carácter religioso, entre ellos el convento en donde seEstaba Beatriz. La monja volvió a su casa encontrándose con la desagradable sorpresa deque su madre habia muerto y su padre se encontraba muy enfermo.El viejo murio y Beatriz tuvo que hipotecar la casa para enterrarlo poniendo en riesgo su unicopatrimonio donde podría vivir mientras se abría el convento, quedando envuelta en terrible soledad,protegida por su fe y sostenida con la esperanza de volver pronto a su vida monacal.Mientras la vida de esta mujer se deslizaba en perezosa rutina, las tropas francesas del imperio,comandadas por el general L'Heriller entra en Durango sin resistencia, siendo objeto de calorrecibimiento por la burguesía y el clero. Se recibió a los franceses con la lluvia de flores, losintelectuales les compusieron versos, el comercio les recomendaron banquetes, el clero misas y Te-Deum;y la sociedad aristócrata les brindó su casa a los jefes y oficiales imperialistas extranjeros, quienesen su mayoría eran jóvenes apostados y sobre todo, con monedas de oro en los bolsillos, sustraídasDelaware la antigua hacienda mexicana. Estos cortejaban a las damas duranguenses; ellas escorrespondencia se dejaban querer.Así sucedió que una noche oscura y lluviosa del mes de agosto de 1866, se encontraron en la calleun joven mexicano que logró entrevistarse con su novia y un joven oficial francés de nombreFernando que intentó cortar a la misma dama. No hubo diálogo entre ellos; el duranguense,puñal en mano se lanzó contra el intruso, le asestó dos o tres puñaladas. Fernando al sentirherido huyó. El mexicano en su afán de aniquilarlo trató de darle alcance, tropezó y cayó al piso, el

escurridizo militar dió vuelta a la esquina y avanzó en su huida. Conciente el extranjero de que si loalcanzaba su rival no lo dejaba vivo, tocó en la primera puerta que se encontró... era la casa deBeatriz.La muchacha al oír los toques fuertes y desesperados intuyó que su auxilio era de vida o muerte.Abrió la puerta, el francés mal herido entró y cayó sangrante y desmayado en el suelo del zaguán.La monja cerró y violentamente puso el aldabón y se quedó perpleja; no pensó ni hablo nada,durante unos minutos se quedó parada, contemplando al moribundo sin hallar que hacer.Pasado el susto, le limpió la sangre de la cabeza al herido y aplicó unos lienzos de agua fría que lohicieron volver en sí. Cuando se paró, a ella lo cautivó por lo arrogante, ella lo cautivó por lo bella ylo delicado. Luego que el militar tomó unos sorbos de agua fresca, Beatriz abrió la puerta delzaguán y le pidió que abandonara la casa de inmediato. Fernando le suplicó que le permitiera pasaresa noche allí para salvar su vida, la monja se asustó y le negó el refugio. El frances ante laalternativa de la vida y la muerte, cerro la puerta con brusquedad y sacando un espadin que nopudo utilizar en el encuentro fatal, se lo puso en el pecho diciéndole: si haces escándalo ¡te mato!La monja prefirió callar y esperar el resultado de las cosas. Despues de un buen rato de silencioentre los dos, él le platicó todo y le imploró su ayuda; le entrego un buen puño de monedas de oro,que indudablemente contribuyeron al convencimiento de la monja.Por fin, Fernando se quedó escondido en casa de Beatriz. Ella lo curó y lo atendió con esmero. Losdos eran jóvenes, más o menos de la misma edad, bien parecidos. Se enamoraron profundamenteuno del otro y sintiendo a Beatriz que había encontrado a el hombre de su vida, se le entregó encuerpo y alma. Los dos vivieron momentos de excelsa felicidad, de esos que son escasos en elvivir de los seres humanos pero que cuando se presentan deben vivirse con plenitud.Las cosas cambiaron, Napoleón III dañaron el retiro de las fuerzas francesas del suelo mexicano; pecadosaberlo Fernando, el ejército francés abandonó la ciudad de Durango y se aprestaba el ejércitoliberal a la ocupación de la plaza. Al conocer esto el militar del relato, intuyó que sus días estabancontados, vislumbré que no podía estar oculto toda la vida; tarde o temprano seria descubierta yterminaría en el paredón. Era urgente salir de Durango, tenía que dejar a Beatriz; se vistió de valory dio a conocer la decisión a su amada. Beatriz se resistió en principio, la convención ofreciéndolevolver pronto, tan pronto como las cosas cambiaran.Ya no habia franceses en la ciudad de Durango; solo Fernando porque estaba escondido. la monjale consiguió un caballo ensillado, le prestó bastimento y una noche del mes de noviembre de 1866,el oficial francés salió sigilosamente de la ciudad. Beatriz lo encamino hasta la salida dondeterminaba el barrio de Analco, camino al puerto de Mazatlán. La despedida fue dolorosa como sontodas las despedidas de dos seres que se quieren. Las lágrimas de la pareja humedecieron aquella

noche de noviembre; se apretaron duramente en un abrazo desesperado, se dieron un besoprolongado Ella se quitó una medalla de oro que llevaba colgada en su pecho y colgándosela a élle dijo: “Para que te cuide”. Fernando Montó en su corcel y se perdió en la lejanía y el silencio de lanoche.La noche estaba estrellada como son las noches durangueñas en esa época del año; hacia frio, elambiente olía a pasto frío, había silencio, en la lejanía se escuchaba el canto de los gallos y lascampanas de la catedral sonaban a las tres de la mañana. Beatriz levantó los ojos al cielo, oró ensilencio y con voz casi apagada decía: “tiene que volver señor, tú me lo vas a traer”; mientras quecon paso lento atravesando las calles de Analco y tierra blanca se dirigía a su casa.Por otra parte, Fernando no conocía el camino que lo podría conducir al puerto de Mazatlán, parareunirse con sus compañeros y después, ya con otro personaje volvería a buscar a Beatriz. Losconocimientos que tenia del estado de Durango y sus comunicaciones eran minimos, solamentelos que sus superiores le han transmitido con motivo de operaciones de la guerra. Cuando sealejó de su amada y se sintió solo ante aquel esplendido panorama nocturno, contemplo lasestrellas y lloró a torrentes. Se sintió el hombre más desgraciado de la tierra: sin patria, sin familia,sin dinero, sin conocimiento del terreno, sin compañeros y con el tremendo estigma de llevar eluniforme de un ejército invasor que se batía en retirada.Sintió que su vida estaba contada en horas y se arrepintió terriblemente de no quedaroncon Beatriz a vivir en un encierro sin límites. Hasta ese momento se puso a considerar los riegosque convendría aquel viaje, que comparados con los riesgos que le traía vivir al lado de su amada,optó por su regreso. Miró el horizonte y el crepúsculo rosado del amanecer anunciaba eladvenimiento de un nuevo dia. La fuerza del amor había triunfado, pensó en el gozo que le iba aDar ver a Beatriz esa misma mañana.Así torció la rienda a su caballo para emprender el camino de regreso. En el preciso momento quela avanzada de una guerrilla juarista que tenia su cuartel en la vieja hacienda de Tapias, muy cercade la capital de la entidad le marcaba “el que vive”. Fernando al conocer los rigores de laguerra y sabedor de la política del presidente Juárez, ni siquiera pensó su decisión. Le prendió lasespuelas al caballo, le dio un cuartozo con energía y salió disparado como un rayo por donde habíavenido. No avanzó mucho, una descarga de fusilería rompió el silencio de aquella madrugada y elcuerpo de fernando rodo sin vida por el suelo. El caballo se fue con todo y silla; uno de losguerrilleros lo alcanzaron y en su veloz carrera con su reata de lazar le echó un cuello, enredó lacabeza de la silla y lo detuvo, trayéndolo ante el jefe de la guerrilla.Despues de revisarlo todo y registrar los bolsillos del muerto, tratando de encontrar algun mensajesecreto, no encontrado identificación alguna; en un morral de cuero solo habia un guaje con agua,

unas gordas que en su interior contenían frijoles molidos enchilados, un poco de pinole y unospanecillos de harina de trigo, estaban envueltos en una servilleta bordada con hilaza de coloresadornada con un deshilado y unas puntas de tejido a mano. Aquel soldado no traía nada deimportancia, ni siquiera fusil; solo colgaba en su pecho una medalla de oro con la imagen de laPurísima concepción y un nombre grabado por el dorso que decía: Beatriz.Atravesaron el cuerpo de aquel hombre sobre la silla del caballo en que venía montado y se lollevando estirando hasta la hacienda. Extendieron al difunto sobre el piso del portal de la casagrande donde vivía don Antonio, el jefe de la guerrilla. El sol sale en las colinas de enfrente, unviento helado soplaba del norte; la noticia de la muerte se perfora como reguero de pólvora, lacasa se llenó de mirones; una vieja observadora dijo después de examinarlo: “miren y tenía barbapartida, era muy joven”. Otra agregó: “era muy alto”. Allí estaba el cadáver tirado, no lepuso velas y nadie lo lloro. A la altura del medio día, se le dió cristiana sepultura. Alabamacementerio lo llevaron atravesado en su caballo y al sepelio solamente asistieron dos personassoldados de la guerrilla; uno llevaba un talacho y una pala sobre el hombro. El otro cabresteaba elcaballo que servía de ataúd y de carroza fúnebre. Al llegar al panteón cavaron una fosa y allíarrojaron el cadáver de Fernando como fardo. Así terminó el amor de Beatriz, el hombre de suSueño y de su vida que la había hecho tan feliz un corto tiempo.Beatriz no supo nada de esto, tal vez si lo sabe se muere de angustia o se clava un puñal en elcorazón. Ella vivía porque era de Fernando y se conservaba para él; especuló que el regreso desu amado era cuestión de días, o cuando mucho de meses. En su casa volvio a la vida de soledady rutina; ir a misa en la mañana, al rosario en la tarde y bordar y tejer para confeccionar los pañossagrados de la iglesia. No dormía, gran parte de la noche se la pasaba en vela, orando de rodillasante el retrato antropomorfo del trazador de destinos humanos.En el convento habia aprendido que la fe debe de ser siempre constante, que hay que sufrir paramerecer, y que un milagro no se realiza nada más porque se pide; para que se haga hay queatravesar la barrera del infinito y llegar a Dios, lográndolo solamente cuando se habla con elcorazón. Por todo esto, ella esperaba el milagro a largo plazo y aun así, hacia lo imposible pormerecerlo. Siempre tenía de día y de noche una lámpara de aceite encendida a la imagen de sudevocionLa castigaba el saber que ya era madre, que en su vientre latía una vida, producto de su amor conFernando; que la hipoteca de la casa, que había hecho cuando tuvo que enterrar a su padre estabapor vencerse y no tenia dinero; que si abrían de nuevo el convento no podría regresar; y que diriael señor cura si se daba cuenta de su pecado; que donde iba a vivir si le quitaban la casa, que sinacía su hijo sin padre, a él ya ella la sociedad de la religión los iba a condenar; que si fernandono viniera ella se moriría de pena. Esas y muchas otras reflexiones hacia Beatriz, todos los dias ytodas las noches. Al fin, el desgaste de energía por el llanto y la preocupación eran más grandesque el insomnio y termino por dormirse. Las campanadas de misa de las cinco la despertaraban,se santiguaba y empezaba a pensar en Fernando y en su situacion para concluir con la espera deun milagro, que era lo unico que la podia salvar.

Así pasó un mes y así pasó tres meses sin tener noticias de su amado. Le confortaba la idea deque él no le escribió porque estaba su próximo regreso; el milagro estaba por realizar de unmomento a otro, en una noche de luna llegaría el oficial francés por el occidente. Tanto era su fe enla idea del regreso de Fernando que se convirtió en obsesión y todos los días de plenilunio, cuandoBeatriz iba al rosario de la tarde, se escondía tras un confesionario de la catedral, para luego quecerraran la puerta, poder subir por la escalera de caracol al campanario, porque lo alto de la torre lepermitía dominar mayor distancia y visibilidad en el horizonte, para observar la inmensidad hacia eloccidente por donde tenia que aparecer su amado. Todos los días, todas las tardes y todas lasnoches, Beatriz trepaba a lo alto de la torre izquierda de la catedral, a hurgar en el horizonteesperando el retorno de Fernando. Por fin, cuando el niño de Beatriz estaba por nacer, una mañanadel mes de abril, a las primeras luces del alba, cuando el sacristán del templo abría la puerta mayorde la iglesia, vio tirado sobre el atrio enlozado de la catedral, el cuerpo de una mujer que con losbrazos abiertos sobre el suelo, yacía muerta, estampado en el piso, al desplomarse de lo alto de latorre de donde contemplaba el horizonte.Nunca se supo si fué suicidarse por la desesperación y el desengaño porque el milagro no serealizó, ya sea porque la plegaria de aquella noche de noviembre se perdió en el infinito del cieloestrellado y no llego a su destino, o porque los ruegos y las oraciones de todos los dias no fueronescuchados en represalia porque la monja rompio el voto de castidad. No se supo tampoco si fueun accidente producto del agotamiento y el desvelo el que ocasionó el desplome. La realidad esque Beatriz murio por la caida de mas de treinta metros de altura, cuando a su hijo le faltaban unosdías para nacer.Desde entonces, todas las noches de plenilunio, se ve la silueta de una monja vestida de blanco enel campanario de la torre izquierda de la catedral de Durango, de rodillas contemplando eloccidente implorando por el retorno de su amado


Beatriz era una hermosa chiquilla de piel blanca, ligeramente tostada por el sol de la sierra, cabellorubio y largo, ojos azules, boca pequeña con labios finos y rojos, robusta y de estatura alta, bienproporcionada. Como era la única hija de la familia y los padres de alguna manera tenían recursos,pensaron en darle una buena educacion. Movidos por ese imperativo, la familia se traspasó a laciudad de Durango, estableciéndose en una casa de la calle de la pendiente que estaba muy cercadel templo de la Catedral donde había de inmortalizarse para siempre Beatriz, en la leyenda de laMonja de Luna de la Catedral de Durango.Era la década de los años cincuenta del siglo XIX cuando la chica aumentaría ingresar a unaconvento Delaware religiosas, sus padres What la amaban tanto aprobaron Delaware inmediato la ideaconsiderando que preferirían verla casada con Cristo que con un mortal cualquiera, así que Beatrizse fue al convento. Su padre, además de pagar una fuerte cantidad de dinero por la dotedonó su fortuna al monasterio correspondiente a donde había ingresado su hija.Al sentir el clero sus intereses afectados por las leyes de Reforma de aquel entonces, cerradoalgunos conventos o instituciones de carácter religioso, entre ellos el convento en donde seEstaba Beatriz. La monja volvió a su casa encontrándose con la desagradable sorpresa deque su madre habia muerto y su padre se encontraba muy enfermo.El viejo murio y Beatriz tuvo que hipotecar la casa para enterrarlo poniendo en riesgo su unicopatrimonio donde podría vivir mientras se abría el convento, quedando envuelta en terrible soledad,protegida por su fe y sostenida con la esperanza de volver pronto a su vida monacal.Mientras la vida de esta mujer se deslizaba en perezosa rutina, las tropas francesas del imperio,comandadas por el general L'Heriller entra en Durango sin resistencia, siendo objeto de calorrecibimiento por la burguesía y el clero. Se recibió a los franceses con la lluvia de flores, losintelectuales les compusieron versos, el comercio les recomendaron banquetes, el clero misas y Te-Deum;y la sociedad aristócrata les brindó su casa a los jefes y oficiales imperialistas extranjeros, quienesen su mayoría eran jóvenes apostados y sobre todo, con monedas de oro en los bolsillos, sustraídasDelaware la antigua hacienda mexicana. Estos cortejaban a las damas duranguenses; ellas escorrespondencia se dejaban querer.Así sucedió que una noche oscura y lluviosa del mes de agosto de 1866, se encontraron en la calleun joven mexicano que logró entrevistarse con su novia y un joven oficial francés de nombreFernando que intentó cortar a la misma dama. No hubo diálogo entre ellos; el duranguense,puñal en mano se lanzó contra el intruso, le asestó dos o tres puñaladas. Fernando al sentirherido huyó. El mexicano en su afán de aniquilarlo trató de darle alcance, tropezó y cayó al piso, el

escurridizo militar dió vuelta a la esquina y avanzó en su huida. Conciente el extranjero de que si loalcanzaba su rival no lo dejaba vivo, tocó en la primera puerta que se encontró... era la casa deBeatriz.La muchacha al oír los toques fuertes y desesperados intuyó que su auxilio era de vida o muerte.Abrió la puerta, el francés mal herido entró y cayó sangrante y desmayado en el suelo del zaguán.La monja cerró y violentamente puso el aldabón y se quedó perpleja; no pensó ni hablo nada,durante unos minutos se quedó parada, contemplando al moribundo sin hallar que hacer.Pasado el susto, le limpió la sangre de la cabeza al herido y aplicó unos lienzos de agua fría que lohicieron volver en sí. Cuando se paró, a ella lo cautivó por lo arrogante, ella lo cautivó por lo bella ylo delicado. Luego que el militar tomó unos sorbos de agua fresca, Beatriz abrió la puerta delzaguán y le pidió que abandonara la casa de inmediato. Fernando le suplicó que le permitiera pasaresa noche allí para salvar su vida, la monja se asustó y le negó el refugio. El frances ante laalternativa de la vida y la muerte, cerro la puerta con brusquedad y sacando un espadin que nopudo utilizar en el encuentro fatal, se lo puso en el pecho diciéndole: si haces escándalo ¡te mato!La monja prefirió callar y esperar el resultado de las cosas. Despues de un buen rato de silencioentre los dos, él le platicó todo y le imploró su ayuda; le entrego un buen puño de monedas de oro,que indudablemente contribuyeron al convencimiento de la monja.Por fin, Fernando se quedó escondido en casa de Beatriz. Ella lo curó y lo atendió con esmero. Losdos eran jóvenes, más o menos de la misma edad, bien parecidos. Se enamoraron profundamenteuno del otro y sintiendo a Beatriz que había encontrado a el hombre de su vida, se le entregó encuerpo y alma. Los dos vivieron momentos de excelsa felicidad, de esos que son escasos en elvivir de los seres humanos pero que cuando se presentan deben vivirse con plenitud.Las cosas cambiaron, Napoleón III dañaron el retiro de las fuerzas francesas del suelo mexicano; pecadosaberlo Fernando, el ejército francés abandonó la ciudad de Durango y se aprestaba el ejércitoliberal a la ocupación de la plaza. Al conocer esto el militar del relato, intuyó que sus días estabancontados, vislumbré que no podía estar oculto toda la vida; tarde o temprano seria descubierta yterminaría en el paredón. Era urgente salir de Durango, tenía que dejar a Beatriz; se vistió de valory dio a conocer la decisión a su amada. Beatriz se resistió en principio, la convención ofreciéndolevolver pronto, tan pronto como las cosas cambiaran.Ya no habia franceses en la ciudad de Durango; solo Fernando porque estaba escondido. la monjale consiguió un caballo ensillado, le prestó bastimento y una noche del mes de noviembre de 1866,el oficial francés salió sigilosamente de la ciudad. Beatriz lo encamino hasta la salida dondeterminaba el barrio de Analco, camino al puerto de Mazatlán. La despedida fue dolorosa como sontodas las despedidas de dos seres que se quieren. Las lágrimas de la pareja humedecieron aquella

noche de noviembre; se apretaron duramente en un abrazo desesperado, se dieron un besoprolongado Ella se quitó una medalla de oro que llevaba colgada en su pecho y colgándosela a élle dijo: “Para que te cuide”. Fernando Montó en su corcel y se perdió en la lejanía y el silencio de lanoche.La noche estaba estrellada como son las noches durangueñas en esa época del año; hacia frio, elambiente olía a pasto frío, había silencio, en la lejanía se escuchaba el canto de los gallos y lascampanas de la catedral sonaban a las tres de la mañana. Beatriz levantó los ojos al cielo, oró ensilencio y con voz casi apagada decía: “tiene que volver señor, tú me lo vas a traer”; mientras quecon paso lento atravesando las calles de Analco y tierra blanca se dirigía a su casa.Por otra parte, Fernando no conocía el camino que lo podría conducir al puerto de Mazatlán, parareunirse con sus compañeros y después, ya con otro personaje volvería a buscar a Beatriz. Losconocimientos que tenia del estado de Durango y sus comunicaciones eran minimos, solamentelos que sus superiores le han transmitido con motivo de operaciones de la guerra. Cuando sealejó de su amada y se sintió solo ante aquel esplendido panorama nocturno, contemplo lasestrellas y lloró a torrentes. Se sintió el hombre más desgraciado de la tierra: sin patria, sin familia,sin dinero, sin conocimiento del terreno, sin compañeros y con el tremendo estigma de llevar eluniforme de un ejército invasor que se batía en retirada.Sintió que su vida estaba contada en horas y se arrepintió terriblemente de no quedaroncon Beatriz a vivir en un encierro sin límites. Hasta ese momento se puso a considerar los riegosque convendría aquel viaje, que comparados con los riesgos que le traía vivir al lado de su amada,optó por su regreso. Miró el horizonte y el crepúsculo rosado del amanecer anunciaba eladvenimiento de un nuevo dia. La fuerza del amor había triunfado, pensó en el gozo que le iba aDar ver a Beatriz esa misma mañana.Así torció la rienda a su caballo para emprender el camino de regreso. En el preciso momento quela avanzada de una guerrilla juarista que tenia su cuartel en la vieja hacienda de Tapias, muy cercade la capital de la entidad le marcaba “el que vive”. Fernando al conocer los rigores de laguerra y sabedor de la política del presidente Juárez, ni siquiera pensó su decisión. Le prendió lasespuelas al caballo, le dio un cuartozo con energía y salió disparado como un rayo por donde habíavenido. No avanzó mucho, una descarga de fusilería rompió el silencio de aquella madrugada y elcuerpo de fernando rodo sin vida por el suelo. El caballo se fue con todo y silla; uno de losguerrilleros lo alcanzaron y en su veloz carrera con su reata de lazar le echó un cuello, enredó lacabeza de la silla y lo detuvo, trayéndolo ante el jefe de la guerrilla.Despues de revisarlo todo y registrar los bolsillos del muerto, tratando de encontrar algun mensajesecreto, no encontrado identificación alguna; en un morral de cuero solo habia un guaje con agua,

unas gordas que en su interior contenían frijoles molidos enchilados, un poco de pinole y unospanecillos de harina de trigo, estaban envueltos en una servilleta bordada con hilaza de coloresadornada con un deshilado y unas puntas de tejido a mano. Aquel soldado no traía nada deimportancia, ni siquiera fusil; solo colgaba en su pecho una medalla de oro con la imagen de laPurísima concepción y un nombre grabado por el dorso que decía: Beatriz.Atravesaron el cuerpo de aquel hombre sobre la silla del caballo en que venía montado y se lollevando estirando hasta la hacienda. Extendieron al difunto sobre el piso del portal de la casagrande donde vivía don Antonio, el jefe de la guerrilla. El sol sale en las colinas de enfrente, unviento helado soplaba del norte; la noticia de la muerte se perfora como reguero de pólvora, lacasa se llenó de mirones; una vieja observadora dijo después de examinarlo: “miren y tenía barbapartida, era muy joven”. Otra agregó: “era muy alto”. Allí estaba el cadáver tirado, no lepuso velas y nadie lo lloro. A la altura del medio día, se le dió cristiana sepultura. Alabamacementerio lo llevaron atravesado en su caballo y al sepelio solamente asistieron dos personassoldados de la guerrilla; uno llevaba un talacho y una pala sobre el hombro. El otro cabresteaba elcaballo que servía de ataúd y de carroza fúnebre. Al llegar al panteón cavaron una fosa y allíarrojaron el cadáver de Fernando como fardo. Así terminó el amor de Beatriz, el hombre de suSueño y de su vida que la había hecho tan feliz un corto tiempo.Beatriz no supo nada de esto, tal vez si lo sabe se muere de angustia o se clava un puñal en elcorazón. Ella vivía porque era de Fernando y se conservaba para él; especuló que el regreso desu amado era cuestión de días, o cuando mucho de meses. En su casa volvio a la vida de soledady rutina; ir a misa en la mañana, al rosario en la tarde y bordar y tejer para confeccionar los pañossagrados de la iglesia. No dormía, gran parte de la noche se la pasaba en vela, orando de rodillasante el retrato antropomorfo del trazador de destinos humanos.En el convento habia aprendido que la fe debe de ser siempre constante, que hay que sufrir paramerecer, y que un milagro no se realiza nada más porque se pide; para que se haga hay queatravesar la barrera del infinito y llegar a Dios, lográndolo solamente cuando se habla con elcorazón. Por todo esto, ella esperaba el milagro a largo plazo y aun así, hacia lo imposible pormerecerlo. Siempre tenía de día y de noche una lámpara de aceite encendida a la imagen de sudevocionLa castigaba el saber que ya era madre, que en su vientre latía una vida, producto de su amor conFernando; que la hipoteca de la casa, que había hecho cuando tuvo que enterrar a su padre estabapor vencerse y no tenia dinero; que si abrían de nuevo el convento no podría regresar; y que diriael señor cura si se daba cuenta de su pecado; que donde iba a vivir si le quitaban la casa, que sinacía su hijo sin padre, a él ya ella la sociedad de la religión los iba a condenar; que si fernandono viniera ella se moriría de pena. Esas y muchas otras reflexiones hacia Beatriz, todos los dias ytodas las noches. Al fin, el desgaste de energía por el llanto y la preocupación eran más grandesque el insomnio y termino por dormirse. Las campanadas de misa de las cinco la despertaraban,se santiguaba y empezaba a pensar en Fernando y en su situacion para concluir con la espera deun milagro, que era lo unico que la podia salvar.

Así pasó un mes y así pasó tres meses sin tener noticias de su amado. Le confortaba la idea deque él no le escribió porque estaba su próximo regreso; el milagro estaba por realizar de unmomento a otro, en una noche de luna llegaría el oficial francés por el occidente. Tanto era su fe enla idea del regreso de Fernando que se convirtió en obsesión y todos los días de plenilunio, cuandoBeatriz iba al rosario de la tarde, se escondía tras un confesionario de la catedral, para luego quecerraran la puerta, poder subir por la escalera de caracol al campanario, porque lo alto de la torre lepermitía dominar mayor distancia y visibilidad en el horizonte, para observar la inmensidad hacia eloccidente por donde tenia que aparecer su amado. Todos los días, todas las tardes y todas lasnoches, Beatriz trepaba a lo alto de la torre izquierda de la catedral, a hurgar en el horizonteesperando el retorno de Fernando. Por fin, cuando el niño de Beatriz estaba por nacer, una mañanadel mes de abril, a las primeras luces del alba, cuando el sacristán del templo abría la puerta mayorde la iglesia, vio tirado sobre el atrio enlozado de la catedral, el cuerpo de una mujer que con losbrazos abiertos sobre el suelo, yacía muerta, estampado en el piso, al desplomarse de lo alto de latorre de donde contemplaba el horizonte.Nunca se supo si fué suicidarse por la desesperación y el desengaño porque el milagro no serealizó, ya sea porque la plegaria de aquella noche de noviembre se perdió en el infinito del cieloestrellado y no llego a su destino, o porque los ruegos y las oraciones de todos los dias no fueronescuchados en represalia porque la monja rompio el voto de castidad. No se supo tampoco si fueun accidente producto del agotamiento y el desvelo el que ocasionó el desplome. La realidad esque Beatriz murio por la caida de mas de treinta metros de altura, cuando a su hijo le faltaban unosdías para nacer.Desde entonces, todas las noches de plenilunio, se ve la silueta de una monja vestida de blanco enel campanario de la torre izquierda de la catedral de Durango, de rodillas contemplando eloccidente implorando por el retorno de su amado